Mi Pequeño Amor

El reloj de la estación marcaba las ocho y media de la noche. El eco de las maletas arrastradas sobre el suelo y las voces entrecortadas de altavoces que anunciaban destinos parecían formar un coro fúnebre. Yo estaba allí, perdido entre la multitud, con las manos frías y un nudo en la garganta, cuando la vi. Sentada en un banco metálico, con el abrigo azul envolviendo su cuerpo frágil, parecía más una sombra que una mujer. Sin embargo, en cuanto nuestros ojos se encontraron, todo mi pasado se encendió como…

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